Claves para acompañar a las familias desde la escuela
Concebir la escuela y la familia no como bandos divididos, sino como dos contextos que acompañan la misma infancia
En los últimos años nos hemos dado cuenta de que el concepto de familia ha cambiado. Existen muchos tipos de familia, tantos como niños por aula. Por ello es fundamental, como docentes, no dejarnos llevar por prejuicios y etiquetas. ¿Qué pasaría si dejáramos de hablar de “familias desestructuradas” y habláramos de “familias diversas? Patricia Quintana Wareham, coach estratégica, nos da las claves para “educar la mirada” hacia las familias.
Si entramos en un aula con 25 niños, probablemente tengamos 25 configuraciones familiares distintas: familias monoparentales, donde una figura asume todos los roles; familias reconstituidas, niños con dos hogares y nuevos vínculos; familias acogedoras y adoptivas; familias homoparentales; familias migrantes o transculturales; familias extensas con abuelas cuidadoras; familias con vulnerabilidad emocional o económica y un sin fin de etcéteras. Sin embargo, la pregunta no es qué tipo de familia tiene cada uno de nuestros alumnos, sino cómo hacer que éstas se sientan acompañadas y escuchadas por la escuela. Para ello, es necesario que exista un acercamiento, una comunicación y un diálogo que permita tender puentes.
Las familias ya no son lo que eran y eso no debe ser visto como un problema, sino como una oportunidad. Como educadores, ya no podemos trabajar para las familias, sino que debemos trabajar con ellas. Pero, para hacerlo, necesitamos entenderlas, respetarlas y ajustar nuestra mirada. Tenemos que establecer una alianza con ellas. No podemos acompañar lo que no entendemos, ni entender lo que no escuchamos. Muchas veces las familias solo necesitan encontrar un espacio donde se sientan cómodas para poder hablar y requieren de una pequeña “inversión” de tiempo por parte del profesorado que permita que escuela y familias remen en una misma dirección.
Cuando cambia la mirada, cambia la relación
En esta línea, Patricia Quintana Wareham nos deja tres microideas para mejorar la comunicación entre escuela y familias:
La primera es escuchar sin diagnosticar. Muchas veces los profesores reciben a las familias desde el “¿qué problema traen?”, en lugar del “¿qué historia hay detrás?”.
La segunda es evitar etiquetas: términos como “familia complicada”, “madre ausente”, “padre desentendido” o “niño conflictivo” siempre cierran puertas e impiden que fluya la confianza entre el profesor y las familias.
Por último, reconocer las fortalezas: toda familia tiene recursos, aunque a veces estén escondidos entre la supervivencia y los problemas del día a día. En este sentido, la escuela es un buen punto de detección y un espacio de trabajo en común.
En definitiva, cuando cambiamos la mirada, cambia la relación. Muchas veces, la madre que no viene a las tutorías no lo hace porque no le interese, sino porque trabaja a tres turnos; o aquel padre que es sobreprotector, quizá vivió una carencia durante su infancia; la familia que parece “cerrada” o “poco colaboradora” puede venir de un país donde las instituciones eran fuente de miedo o abuso, o quizás tan solo está harta de sentirse “diferente”. Son muchas las casuísticas que pueden afectar y es nuestra labor como docentes conocerlas y abrazarlas.
Sin confianza no hay alianza
Para lograr generar un espacio de confianza, es fundamental tener un lenguaje cálido y cercano. Evitemos tecnicismos, como “déficit de atención”, y usemos un lenguaje más humano “necesita más acompañamiento” o “le cuesta concentrarse cuando está preocupado”, por ejemplo. Vamos a buscar esos términos que nos ayuden a que la familia lo entienda.
Hay que tener siempre presente que las familias no buscan docentes perfectos, sino personas que las acojan sin juzgarlas y que las acompañen en el proceso de educar. También es importante buscar momentos informales de vínculo, no solo fijar entrevistas cuando hay problemas, sino también generar espacios de escucha para pequeños reconocimientos. Asimismo, tratar de mostrar coherencia y empatía ante nuestras familias; si el profesorado muestra apertura, las familias bajan la guardia y colaboran.
La escuela y la familia no son dos bandos divididos, sino dos contextos que acompañan la misma infancia.
Incluir a las familias en el proceso educativo, preguntar qué estrategias funcionan en casa, qué señales ven, cómo se sienten, etc. puede ser un primer paso para que dejen de ser receptoras de información y se conviertan en copartícipes del aprendizaje. No se trata de pensar igual, sino de remar en la misma dirección; lo que conocemos como “coherencia educativa”: si la escuela dice “aquí hay límites” y la familia dice “yo también los pongo, pero necesito ayuda” se genera una alianza.
Celebrar juntos los avances y no solo comunicar problemas, es otro de los factores que puede resultar muy positivo a la hora de abordar la comunicación. Como también lo es reconocer el valor de su historia, especialmente con familias de acogida, adoptivas o en vulnerabilidad.
Cuando familia y escuela se reconocen como parte del mismo equipo, los niños sienten que el suelo bajo sus pies es más firme. Educar no es solo enseñar, es crear vínculos. Y los vínculos solo crecen donde hay respeto, confianza y esperanza compartida.
Ser A.L.I.A.D.O.S
A – Acoger antes de juzgar. Cada familia tiene una historia. No hay comprensión sin acogida.
L – Lenguaje humano y cálido. Evitar tecnicismo y etiquetas. Hablar con respeto y empatía.
I – Implica y no impongas. Haz que las familias participen. Pregunta, incluye, construye con ellas.
A – Agradece y reconoce. Refuerza lo que sí funciona. Celebra el esfuerzo, no solo los logros. El reconocimiento crea vínculo.
D – Diversidad como riqueza. Cada familia es un mundo, no una excepción. El aula es un mosaico, no un molde.
O – Observa con curiosidad, no con sospecha. Detrás de cada conducta hay una necesidad.
S- Sostén con coherencia y presencia. La confianza no se gana con discursos, sino con constancia y respeto.
Patricia Quintana Wareham es coach estratégica, interventora y formadora especializada en acompañamiento familiar y desarrollo personal. Además, es la coordinadora del Área de Comunicación y Recursos Humanos en la Asociación Galega de Familias de Acogida. Patricia está focalizada en PNL y acompañamiento de heridas interiores, es formadora del Instituto de la Familia de Orense, coautora del libro "Nutrirse ConCiencia" y madre de tres hijas, con las que disfruta cada día de la maternidad, los abrazos compartidos y los ratitos de "helados de tarrina".